Cuando
una mascota se va, queda un espacio vacío…
Don
Tato llegó a nuestras vidas hace ya cinco años, su nombre al principio fue
Tatico Tatoo, un nombre grande para un gran perro de muy pequeñas
dimensiones. Al pasar los años y
madurar, pasó a ser Don Tato, un señor mayor.
Aunque
suene como la gente que se cree que su perro es el mejor, en la familia tenemos
la firme creencia de que comprendía más que una persona, el modo de mirar, de
posar cuando le estaban tomando fotos, o de mostrar los dientes como si se
riera.
Hay
muchas anécdotas de Don Tato, por ejemplo, cuando no había dinero para comprar
su comida y le hacíamos una harina, el vigilaba a ver quién la estaba haciendo,
nunca se comió una harina que le preparara yo, a pesar de que tengo fama de
buen sazón.
El
primer Día de Reyes que vivió en nuestra casa, se sintió desplazado cuando los
muchachos recibieron juguetes y Tatico no, así que con toda la destreza que le
daban sus dos meses de vida, mordió consecutivamente a cada uno de los tres
mocoso que jugaban sin hacerle caso.
El
caso es que el 26 de noviembre perdimos a Don Tato, fue de manera trágica, de
manera amarga.
Nos
quedan los buenos recuerdos, el olor en algunos lugares del patio, algunos
cojines rotos, pero sobre todo, los recuerdos, Don Tato dejó huella.
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