La imagen de la joven cuenta una historia
complementada por la destrucción desoladora a su alrededor, y como colofón, la
maleta.
Una maleta celosamente protegida por la
joven, que cruza una pierna sobre ella con actitud posesiva aún cuando no se ve
un alma en las inmediaciones.
Una maleta que representa un vínculo con
una vida bruscamente trastornada, donde antes estaba el afán diario bajo el sol
abrasador de la frontera, de repente todo fue oscuridad, humedad, ahogo, desastre.
Las posesiones materiales y en cientos de casos
la vida, fueron arrancadas de manera brusca cuando el torrente de agua del Río
Blanco, apacible hasta entonces, asoló el barrio la 40, de Jimaní, aquella
aterradora noche de mayo del 2004.
De acuerdo con informes posteriores, la
tímida lluvia que caía sobre Jimaní la tarde del domingo 23 de mayo, no daba
indicios de que al amanecer se habrían acumulado más de 220 milímetros de agua,
que arrasarían con árboles, casas, piedras y con la vida de tantas personas.
Delante de esta foto, que forma parte de la
exposición que a propósito del 67° aniversario de su fundación realizan
las agencias de la Organización de las Naciones Unidas en República Dominicana,
llegan en tropel recuerdos de un vecino que perdió a su esposa y a su hijo mientras
visitaban a unos familiares en Jimaní, de avisos sobre la llegada de ayuda
internacional, y sobre todo, de la pérdida de tantas vidas.
Durante el recorrido por el perímetro del
Parque Independencia, donde está montada la exposición con 139 fotos de diversos
autores, entre imágenes, datos y cifras,
la foto de la chica de Jimaní cuenta su propia historia.
Y nos recuerda que somos una isla expuesta
a desastres de la naturaleza, que Haití aún no se recupera del terremoto
ocurrido en el 2010 y se ve abocada a que un millón más de personas no tengan
acceso a alimentos por los efectos del huracán Sandy.
También nos recuerda que en nuestro país,
los efectos del mismo huracán dejaron pérdidas por valor de RD$ 933.3 millones
en la agricultura, según estimaciones del ministro Luís Ramón Rodríguez.
Pero sobre todo, nos recuerda que cada año
la temporada ciclónica encuentra a los moradores de La Barquita desprotegidos y
expuestos, a la gente del bajo Yuna aún contando a los refugiados de las
tormentas Noel y Olga, y muestra con dolorosa claridad que ante los desastres
ocurridos en la naturaleza, la política oficial consiste en distribuir ayuda
luego del desastre.
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