miércoles, 14 de enero de 2009

El Funeral

Recientemente se realizó un funeral que trajo a la memoria situaciones casi olvidadas, a la vez que con su extraña mezcla de vida joven y costumbres antiguas, da la impresión de que al acontecimiento de la muerte se le ha perdido el respeto.

Con una vasta descendencia de varones, el difunto es llorado por su abnegada compañera y su suegra, y lo hacen al estilo tradicional en una habitación habilitada para la ocasión por donde desfilan amigos y familiares consolando a la viuda.

Llanto lastimero, lamentos desgarradores, ataques de histeria, la semi oscuridad y la falta de ventilación, sirven de complemento al panorama desolador que se respira en la habitación del “rincón del duelo”.

El cadáver yace en la sala con cuatro cirios como única compañía. Vecinas y familiares asumen el control de la cocina, pues hay que preparar comida para las personas que atestan la pequeña vivienda.

En una esquina un grupo de jóvenes juega cartas y en otro extremo se reúnen los familiares que han venido de la Capital y que tenían años que no se ven.

A las caras de circunstancias les siguen unas tímidas sonrisas por el re-encuentro, y a los pocos minutos recuerdan aquellos pleitos de la niñez “¿tu te acuerdas cuando me fajé con el hijo de Teresita y le di con la lata de cuatro esquinas?”, la pregunta es hecha a medio susurro, pero las risas que provoca sobrepasan los decibeles que marca la prudencia.

Ya rumbo al cementerio, una multitud recorre a pie los casi dos kilómetros de distancia bajo el deslumbrante sol de la tarde, que hace olvidar a los estudiantes la tradición de mantener el paso detrás de la carroza fúnebre y entre comentarios y picardías, paulatinamente van cubriendo todo el perímetro hasta quedar visible sólo el manchón azul de los uniformes escolares.

Es como si se enfrentaran el pasado y el presente desafiando al futuro, la tradición de los mayores que avanzan con paso cansino, y la energía de la juventud que parece decir “¡en el cementerio nos vemos!”.

Hasta el sacerdote perdió la solemnidad, cuando equivocó el nombre del difunto y se le escapó un “descanse en paz nuestro hermano Juan”, en vez de decir “Ambrosio”, por lo que su voz se matizó con una sonrisa que causó molestia en los parientes cercanos y diversión en el resto.

En el trayecto al cementerio se reviven viejas tradiciones, cuando una señora le pregunta a su vecina “¿y usted va a entra al cementerio quebrantada?”, refiriéndose a que es “malo” entrar la cementerio con el ciclo menstrual, mientras otra le decía a una jovencita “¿y tú piensas entrar con ese muchacho pa´ que el muerto se lo lleve?”.

Y así sigue el entierro, con un grupo entonando cánticos de consuelo que opacan los comentarios que surgen acá y allá: “dizque tenía un resguardo bebido y se lo sacaron anoche, ¿tu no viste que se murió de una vez?”,a mi me dijeron que se convirtió anteayer, así que a lo mejor no le hacen novena”.

La vida sigue su curso evolutivo, mientras la muerte espera impasible al final del camino a que perezca la carne, ¿y el espíritu, a dónde va?.

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